martes, 25 de junio de 2024

Una anécdota histórica

 Una anécdota maravillosa, no sólo por su valor histórico, sino que formó parte de un concurso propiciado por la Revista Aprendizaje Hoy.

 


“LE  VENGO A APRENDER  LA  LETRA”

Mezcla de anécdota con uno de mis primeros grandes aprendizajes fue eso que me pasó en los inicios de mi carrera como psicopedagoga.

Comencé ejerciendo en el gabinete psicopedagógico (así se llamaba por aquel entonces) de una escuela de González Catán, en el km 32 de la ruta 3, hace poco menos de 40 años atrás. Para llegar a la escuela debía caminar 15 cuadras de tierra. Al poco tiempo sabía de los estragos de la lluvia y de los perros del lugar que, por suerte, me conocían, pero nunca olvidaré cuando me corrió un ganso. Me sentí realmente ridícula.

Trabajaba con una Asistente Educacional y una Asistente Social. Mi cargo era el de Maestra Recuperadora. Por lo tanto, debía trabajar con aquellos niños que presentaban “atraso” o no aprendían como los demás de su mismo grado. Conformaba pequeños grupos de aprendizaje y trabajaba sobre los contenidos de lengua específicamente.

El lugar físico del “gabinete” podemos imaginarlo: teníamos que atravesar el gran patio hasta llegar a ese pequeño cuartito que con algún esmero acondicionamos para nuestro bienestar, limpiando y corriendo pupitres rotos. Bien aislado, el “resto” de la escuela podía estar tranquilo, las del gabinete albergaban allí a “los que no aprenden y se portan mal”.

Es así como ese día el grupo de 2° grado atravesó el patio, entraron al cuartito y comenzamos con la tarea. Al rato golpean la puerta, abro y descubro a ese chiquito de guardapolvo, bien morocho, ojos enormes y con una sonrisa de felicidad enorme, ajeno totalmente a esa representación social absurda que significaba ser “derivado a gabinete”

Entonces, le pregunto a modo de juego: - ¿para qué venís acá? A lo que me responde: - “le vengo a aprender la letra”.

Él venía a aprender para mi felicidad y consuelo. Si reproducía las letras con cuidado y esmero era para mantenerme contenta. Parecía que aprender era algo para otros, no para él, como si nada tuviese que ver con su persona, como si no le perteneciera.

Entonces, claro, no se trataba sólo de devolver el placer por aprender sino devolver aquello que no era mío: su propio aprendizaje. La capacidad de “apropiarse” del saber como derecho de toda persona, no estaba instalado entre las pertenencias de este gracioso alumnito.

Después, recién después pudimos trabajar las ventajas de aprender a leer y a escribir para Martín. Antes fue menester confrontarlo con sus derechos y posibilidades.

Intento tener presente desde aquel día, lo importante que es para los demás: no quedarme con lo que no es mío.

Lic. Marité Sarthe

Universidad del Salvador