La Supervisión en la Clínica PSICOPEDAGÓGICA
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Magritte |
Introducción
La supervisión psicopedagógica es otra de nuestras tareas más
reconocidas en la práctica clínica.
Pero, en qué consiste la supervisión clínica psicopedagógica?
Muchas veces se ha entendido como el simple pedido de ayuda que el
“novel practicante” le hace al experimentado supervisor.
Ante un caso psicopedagógico, el psicopedagogo, al finalizar su
diagnóstico o bien en pleno tratamiento psicopedagógico, demanda que otro de su
misma especialidad, con sólida y reconocida formación, ofrezca orientación y
apoyo para continuar con su labor clínica.
Esta práctica habitual en los psicopedagogos que ejercen la tarea
clínica se complejiza. Intervienen variables teóricas, éticas, discursivas,
estratégicas y metodológicas
¿Qué entendemos por “supervisión”?
Una vez más, nos encontramos con la problemática forma de nombras las
cosas en psicopedagogía.
“Supervisar”, también conocido como “controlar”, quizás no sean las
expresiones más adecuadas para referirnos a un interesante espacio de
intercambio psicopedagógico.
Como bien manifestó Foucault, la palabra no nombra la cosa, sino que la
construye, y el significado nunca es inocente siempre hay una intención que
está mediada por relaciones de poder (Foucault, M: “Las palabras y las cosas”,
Siglo XXI)
Tanto la palabra supervisar como controlar refiere a una práctica
estática y vertical de poder que muchas veces determina comportamientos de
dominación y sumisión según el rol del participante.
Por tanto, esperamos que
supervisión en psicopedagogía sea entendida como “una visión más” y no como una
visión superior. Se trata de “pensar con otros”, de ayudar a pensar, descentrar
la problemática, mirar desde un lugar distinto, escuchar, descubrir variables y
buscar estrategias. De esto se trata la supervisión.
Un
poco de historia para entender más
Freud escribe “… la orientación teórica que le es imprescindible (el
psicoanalista) la obtiene mediante el estudio
de la bibliografía respectiva y, más concretamente en las sesiones
científicas de las asociaciones psicoanalíticas, así como por el contacto
personal con los miembros más antiguos y experimentados de estas. En cuanto a
su experiencia práctica, aparte de adquirirla a través de su propio análisis,
podrá lograrla mediante tratamientos efectuados bajo el control y guía de los psicoanalistas más reconocidos” (Freud, S:
¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?, Obras Completas)
El término acuñado por Freud, control, supervisión o
superaudición (para Lacan). Con el tiempo pasó a ser una práctica sistematizada
de psicoanalistas, psicólogos y, por supuesto, psicopedagogos. (Leer “Control, supervisión,
superaudición”, de Mario Izcovich al final del
presente artículo
¿Quién supervisa?, ¿quién es supervisado?
Alicia Fernandez (“La Inteligencia Atrapada”; Nueva Visión) propone decir
“co-visión” en lugar de supervisión, aludiendo a la importancia de las palabras
al momento de nombrar las prácticas. Sucede que es difícil generalizar este
término cuando se ha instalado con fuerza desde la perspectiva psicoanalítica.
Pero parecería que si bien la palabra determina la práctica, la actitud
del supervisor frente al supervisado también ejerce su impronta.
Necesariamente, hay que establecer un vínculo con nuestro “supervisor”. La
elección de quien acompañe y oriente nuestros casos será un trabajo arduo de
tiempo extra. Dependerá de nuestra forma de ser, pensar, de nuestra habilidad
para detectar destrezas, habilidades técnicas y teóricas en otro que de alguna
manera nos represente. La cuestión es “sentirnos bien” con quien compartiremos
el acto de supervisar.
Aquellas supervisiones rayanas en
la violencia, con demostración de poder y soberbia que pocas veces hemos padecido,
igualmente, nos han dejado un saber.
La violencia en ciertas prácticas supervisivas, ubicadas en el lugar del
saber absoluto, que menoscaban el rol del psicopedagogo o lo que es peor su
capacidad profesional deben ser fuertemente cuestionadas y denunciadas.
El supervisor orienta, no dictamina, enseña, no instruye, permite que lo
interpelen. Es capaz de un intercambio dialógico.
Cuando supervisamos buscamos un
supervisor por su identidad profesional, su experiencia, su marco teórico pero
también su marco afectivo. Para supervisar tiene que existir un reconocimiento
mutuo, de lo contrario no hay transferencia.
Quien supervisa también debe
“dejarse atravesar” por el saber del otro. Dejar a un costado su saber
omnipotente y permitirse pensar, acompañado.
La
supervisión psicopedagógica: ¿una práctica en desuso?
Práctica abandonada? Es difícil
determinarlo sin una investigación previa. Ciertamente, es algo frecuente
escuchar “hace mucho que no superviso”, “ya no me hace falta supervisar”, etc.
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Foto de Marité Sarthe |
Primero, la práctica
supervisiva es un ejercicio ético. Es imperioso saber cómo estamos ejerciendo
nuestras prácticas. Es una responsabilidad frente a nuestro pacientito. Los
años de experiencia, el saber acumulado, no pueden justificar la falta de
supervisión, no habilitan su omisión. Menos aún un criterio de superioridad
sostenido por el profesional.
Segundo: Tanto el diagnóstico como el tratamiento psicopedagógico no están exentos
de las vicisitudes transferenciales. Es imposible negarlas. Reconocer el
aspecto transferencial permite no quedar entrampados en aspectos imaginarios
que obstaculizan el proceso clínico. Es prioritario conversar sobre estos
obstáculos.
Es interesante la postura de Glasman (“Admitir la supervisión” en Revista
Psicoanálisis y Hospital, Año 3, N°5, 1994) cuando considera a la supervisión
como “práctica de los obstáculos”: “quienes se acerquen a la misma tienen que
estar dispuestos, inclusive el supervisor, al cuestionamiento de su práctica,
única forma de no terminar haciendo, de la nuestra, una rutina burocrática”
En este cuestionamiento será relevante la toma de posición del psicopedagogo
frente a la cura que dirige.
Ultimas consideraciones prácticas
Sería esperable entender la supervisión como un espacio de discusión e
intercambio clínico. Pensarla en términos de mejora.
No
siempre vamos a supervisar con un psicopedagogo/a, sino que en algún momento,
según el caso, supervisaremos con un psicólogo u otro profesional.
Podemos hacerlo de manera
individual o grupal.
La búsqueda del supervisor es
toda una tarea pero tiene que ser parte de nuestra identidad profesional.
Hay quienes trabajan con un
reloj sobre el escritorio y hay quienes pueden pasar dos horas o más en un
intercambio permanente.
Todos cobran por su trabajo.
Es importante desarrollar 3
instancias:
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Aspectos
transferenciales
-
Aspectos
estratégicos
-
Sugerencia
bibliográfica
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